EL TIEMPO EN HUERTA DE REY (Burgos)

viernes, 15 de marzo de 2013

EL BARQUILLERO DE HUERTA DE REY







Harina, agua, leche, aceite y azúcar… Entre esos cinco ingredientes comenzaban las mañanas de domingo en mi casa, esa casa de locos en la que vivían ocho hermanos, una madre, un padre y, a temporadas, una abuela.

Harina, agua, leche, aceite y azúcar… Mientras mi madre nos preparaba el desayuno (un torrezno por persona), mi padre ya llevaba desde las cuatro de la mañana con las manos en la masa que formaba con esos ingredientes. Tenía que madrugar si quería tenerlo todo preparado para, a primera hora de la tarde, bajar con su arquilla, o su carro, a la plaza a vender sus inolvidables barquillos en la puerta del cine.

Pero, como muchos recordaréis, no sólo barquillos. En el horno también se preparaban deliciosas alicias, rosquillas, hojaldres, tortas de aceite, tortas de leche, borrachos, magdalenas, obleas, trenzas, almendras garrapiñadas…. Y, para los más pequeños, pistones, petardos, cigarrillos de anís, palotes y, cómo no, caramelos.

Con ocho niños en casa y estas tentaciones, imagino que os preguntaréis cómo nos resistíamos a asaltar la despensa y acabar con todo. No lo hacíamos. Aunque mi padre nos ponía trabas y trampas, siempre acabábamos consiguiendo llegar hasta los caramelos de solano. Tanto que mi hermano Goyo perdió todas las muelas por sobredosis de azúcar.

Y cómo no meter el dedo en la masa cuando se acercaban las fiestas de octubre y mi padre se pasaba 15 días haciendo barquillos y otros dulces sin parar. Tenía cuatro planchas, tres grandes y una pequeña, y todos echábamos una mano, ya fuera tostando los barquillos, batiendo huevos con azúcar, removiendo la pasta con un palo, llevando leche o vendiendo en la plaza, en La Botería por ser una fecha especial. Durante esos días se compraban alrededor de 5.000 barquillos y unas 3.000 alicias. Y, con este éxito, no es extraño que muy pronto empezase a recorrer todos los pueblos de la comarca, cargado con sus dulces. Arauzo, Espejón, Quintanarraya, Mamolar… Siempre con alguno de sus hijos.

Qué bien aprendimos el funcionamiento del negocio y qué bien nos vino para cuando mi padre, por motivos económicos, tuvo que dejar Huerta para trabajar en Salas o Castrourdiales. Entonces nos encargábamos nosotros de seguir vendiendo en la plaza de nuestro pueblo. Eso sí, que no se nos ocurriera comernos un caramelo, ya que mi madre, al volver a casa, contaba todos los productos y todas las monedas. Y si no salían las cuentas… Prepárate!

Incluso cuando Síndul, mi hermano mayor, se fue a vivir a Madrid y puso en marcha una panadería, continuaba vendiendo las magdalenas de nuestro padre. Entonces no existían los servicios de mensajería y las enviaba desde Huerta en el Navarro. Las vecinas de Tetuán se las quitaban de las manos.

Nunca vi descansar a mi padre. Cuando no era fin de semana o fiesta y hacía sus dulces, era día de diario y trabajaba en el monte o en la mina de yeso. Nunca paraba y todo lo hacía él, incluso los moldes de las pastas o las bandejas del horno, que fabricaba con aquellas latas tan grandes de tomate que había entonces.

Me gustaría retroceder en el tiempo y que mañana fuera domingo. Despertarme y que la casa oliera a dulce, que me mandaran batir huevos o tostar barquillos y, cómo no, robar caramelos sin que nadie se diera cuenta.

Ana Isabel Cámara Ortego; "ANABEL"


 

2 comentarios:

  1. Anabel; aquellos barquillos que hacía tu padre eran ¡inolvidables! A mí me gustaban un poquito tostados.
    Y tu relato me ha encantado.
    Felicidades.
    Virginia

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  2. Ana, me has puesto la piel de gallina y realmente he vuelto a aquellos tiempos. Tu relato es entrañable.
    Un abrazo.
    Vito

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