Cada seis de agosto llegábamos a Huerta. Mis hermanos y yo esperábamos ese día durante
todo el año. Ahora me parece increíble tardar solo dos horas. Hace años era una
expedición que duraba casi todo el día: tres horas en el Navarro hasta Aranda y
una hora y media (si había suerte y el autobús de Guerrero no se quedaba en la
cuesta de Caleruega) hasta Huerta.
Cuando descargábamos el equipaje en la casa de Odila enseguida
salíamos a “reconocer” el pueblo: el frontón, la Fuente de los Nueve Caños, la
sierra, la Calle Larga …,
a “descubrir” las novedades, a saludar a
los parientes (pocos), amigos y vecinos..
Ya estábamos en Huerta, teníamos casi un mes por delante.
Imagino que otros veraneantes tendrían más vida en el
pueblo. Nosotros íbamos a las piscinas todos los días de la semana salvo los
domingos y fiestas de guardar. Hablo de las piscinas “viejas”, claro, que
dejaron de ser piscinas hace treinta años: más o menos el tiempo que dejé de ir
como veraneante.
En las piscinas pasábamos el día completo, lo que incluía
llegar temprano (algunos años muy temprano) y tomar posesión de una mesa
que se convertía en la base de actividades diarias. El baño matutino, la
comida, la interminable digestión (¡que sólo duraba dos horas! qué largo puede
llegar a pasar el tiempo de niño), el baño de la tarde, la merienda, la vuelta
al pueblo con los últimos rayos de sol. Nos llamaba la atención el horario
diferente de las familias del pueblo cuando iban a la piscina: muchas llegaban
por la tarde, después de la siesta y hacían merienda-cena, después de bañarse…
Las horas de la digestión daban para hacer muchas cosas y
para aburrirse. Muchas tardes las
pasamos construyendo cabañas en el pinar o entre las rocas. Otras veces íbamos,
bajo un sol de justicia, a Pauleda o a la Casa del Monte. Otras nos quedábamos en las mesas
jugando a las cartas, primero al tute y más adelante al mus.
Nuestros amigos de las piscinas eran casi todos también veraneantes.
La relación con los niños del pueblo empezaba por las noches: recuerdo decenas
de niños y niñas jugando al rescate y al escondite en la plaza… y los domingos
en el bar de Prili, donde jugábamos al futbolín y al billar y a esa mesa (que
ya me gustaría saber cómo se llama) por la que se deslizaba un disco…
De joven, las fiestas de Arauzo, el bar de Joseón, la
discoteca Stella, encontrar gente tan divertida como los Despeñados… unos
auténticos adelantados a su época.
En los últimos treinta años he vuelto varias veces,
siempre en agosto y durante muy poco tiempo, a visitar a mis padres, que no han
dejado de ir ni un solo verano desde 1966 (pronto, quintos también), últimamente,
con mi mujer y mis hijos. Es curioso y conmovedor recordar a personas, olores,
sensaciones… que creías definitivamente olvidadas. Y descubrir algo parecido a
raíces en un lugar de tu infancia y primera juventud que era, sin duda, lo
mejor de todo el año.
José Manuel Baraibar López
José Manuel; leyendo esto, me has hecho pasar un rato estupendo. Muchas gracias por compartir tus recuerdos.
ResponderEliminarVirginia